Sólo para adultos*
Willy Kautz y Mónica Amieva


Si nos situamos en el ‘ámbito’ de la tradición de la filosofía estética, y hacemos uso de nuestras facultades del juicio reflexivo, es decir, el juego libre entre la ‘imaginación y el entendimiento’, y miramos con distancia como se ha pensado el concepto emancipación, podríamos intuir metafóricamente que en tanto potencia (posible), trata de algo así como un nudo de mil puntas que ninguna ‘promesa’ ha logrado desatar. Como bien se sabe, la emancipación fue un concepto rector para la modernidad, cuyo sentido implicaba figuras tales como lo imaginario y lo real, el derecho y la autonomía, el arte y la vida, la estética y la ética, la belleza y la moral, entre otras categorías subsumidas en el entronque entre las responsabilidades y los deberes a las cuales nos atenemos mientras ‘universalmente humanos’. Desde esta perspectiva la emancipación ha sido una válvula para lucubrar fantasías futuristas, luchas por los derechos civiles, así como manifestaciones de los deseos de libertad e igualdad que ocurrieron desde el siglo de las luces. 


¿Es la emancipación una posibilidad? Sí, no queda duda. Pero creer que es posible llegar a la emancipación a través del ámbito del arte, requiere aceptar que seguimos inscritos en la modernidad y que el arte aún tiene una función crítica de cara a la sociedad civil. Un claro ejemplo de esto, -aunque nos duela el codo mencionar-, es la tendencia del arte relacionista, con el que su portavoz Nicolas Borriaud propuso rehabilitar el campo de la sociabilidad, a partir de una renovación del proyecto moderno de emancipación. “¿Cómo un arte centrado en la  producción de tales modos de convivencia (la construcción de redes de sociabilidad) puede volver a lanzar, completándolo, el proyecto moderno de emancipación? ¿De qué manera permite el desarrollo de direcciones culturales y políticas nuevas?” A diferencia de algunos proyectos utopistas desde la Ilustración, para la teoría relacional del arte ya no debería de importar el individuo sino la emancipación de la comunicación humana, de la dimensión relacional de la existencia.[1] Según esto: “[…] el arte ya no busca representar utopías, sino construir espacios concretos.”[2] Desde mediado de los  noventa esta teoría ha sido de las más recurrentes cuando lo que se persigue es reivindicar el proyecto moderno a partir de la función emancipacionista o la repolitización del arte.


Pero, ¿qué entendemos por emancipación? En primer lugar, hay que aclarar que el término connota “algún tipo de liberación [...] La palabra se utiliza para indicar la concesión prematura de la mayoría de edad jurídica, civil o política (digamos ética en general) a un menor.”[3] Esto significa que aun cuando el menor no ha adquirido la mayoría de edad, se le hace una concesión de autonomía, del derecho a la autodeterminación. Como lo escribió Immanuel Kant en su ensayo ¿Qué es la ilustración?: “La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro.”[4]  Por tanto, es pertinente decir que el ideal  Ilustrado de humanidad emancipada no se refiere a una humanidad mayor de edad, sino una humanidad a la que se le ha permitido adelantarse a su mayoría de edad.


Ahora, de vuelta al ámbito artístico, una de las referencias teóricas más relevantes respecto a la posibilidad de alcanzar la emancipación por mediación del arte, se elabora en las Cartas sobre la educación estética del hombre de Friedrich Schiller. Si nos permitimos hacer un resumen, lo que Schiller colocó sobre la mesa, es el desfase entre la situación histórica del hombre y el ideal de humanidad, al proponer a la educación estética como el medio idóneo para lograr la realización de los postulados morales de la razón ilustrada, ya que es a través de la belleza como se llega a la ‘mayoría de edad’. Si tuviéramos que condensar la tesis de Schiller, -aunque sin hacer justicia a su filosofía estética-, podríamos atajarnos con la siguiente formula: para resolver en la experiencia el problema político, es preciso tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza.[5] De ahí que esta formulación schilleriana se encuentre en el núcleo mismo del surgimiento de la modernidad y el régimen estético de las artes.


Como aquí no pretendemos elaborar una genealogía de conceptos filosóficos desde la ilustración, para ver como se forja la relación entre emancipación y ámbito artístico, se vale incurrir en ciertos atropellos, así como concesiones. Dicho lo anterior, proseguimos que para nuestro cometido, lo que hay que destacar es que la estética de Schiller significó un preámbulo para la formación de los proyectos de emancipación que ocurrieron a lo largo de toda la modernidad artística. Se puede decir que con Schiller se perfiló la segunda cara de la modernidad. Por un lado, están los partidarios  del ‘arte por el arte’, la experiencia autónoma/emancipada, una interpretación derivada de la Crítica de la Facultad de Juzgar de Kant; y, por otro, los partidarios de que a través del arte se puede acceder a la política, a la moral, en fin, a la razón práctica. Esta misma manifestación solemos encontrar en los programas de vanguardia: actuar sobre la vida, subvertir el orden social, estimular los deseos de transformación, y así conducir a la sociedad civil a su mayoría de edad. La función crítica equivale entonces a la vigilancia de las condiciones que harían el sueño posible.


No obstante el sueño no se realizó. Por lo mismo, la libertad del artista –en la llamada postmodernidad-, revelaba que la promesa de emancipación era ilusoria, una vez se volvió la música de fondo del dominio y la opresión, del totalitarismo y la dictadura. Si robamos la idea de Walter Benjamin: la estetización de la política (fascismo) en lugar de la politización del arte (vanguardia). Como sabemos, la idea de reorientar el curso de la historia a partir de una formula progresiva o dialéctica, fracasó cuando el proyecto se convirtió en ideología. En este mismo sentido de Duve explica que la revolución o la vanguardia, confundió la emancipación como máxima con la emancipación como proyecto. [6] Así fue como el supuesto lógico que acompaña la tesis de Schiller así como los proyectos de emancipación en general: ‘si’ se consigue la libertad estética, ‘entonces’ se materializa la libertad moral: paso a ser un simple sentimiento subjetivo (arte por el arte); o, ideología (vanguardia revolucionaria).  No obstante, como hemos mencionado anteriormente, el ideal no ha sido extirpado por completo. Aunque  hoy parece acecharnos con timidez, pues desde el ámbito artístico, pocos creen en la máxima reguladora: “comportémonos ‘como si’ todos fuésemos adultos”, incluso aunque estemos en un estadio permanentemente infantil.” [7]


A pesar de la expansión militante de todas las facciones del arte relacionista, la emancipación sigue siendo un nudo imposible de desatar. Por más que el arte se inscriba en el tejido de las instituciones que regulan los procesos democráticos, o haga de sí mismo una institución de crítica, los esfuerzos parecen confundir los deseos de emancipación con el estatus, la moda, la estetización y la diferencia opaca de un ámbito políticamente débil. A este respecto vale recordar la tesis de Yves Michaud sobre el arte en estado gaseoso: “Hemos entrado en nuevos tiempos. La modernidad se acabó hace dos o tres décadas. La posmodernidad sólo fue un nombre cómodo para poder dar este paso […] Ya es tiempo de reconocer que hemos entrado a otro mundo de la experiencia estética y del arte, un mundo en el que la experiencia estética tiende a colorear la totalidad de las experiencias y las formas de vida deben presentarse con la huella de la belleza, un mundo en el que el arte se vuelve perfume o adorno. Así es la evaporación del arte. […] se desarrolla una estetización de la experiencia en general: la belleza no tiene límites (Beauty unlimited), el arte se desborda en todas partes hasta el punto de no estar en ninguna.  Así es la experiencia estetizada.” [8]

Si aceptamos con Michaud que hoy vivimos la turistificación del arte, en bienales y ferias por doquier, y que por tanto éste se ha vuelto una mercancía mass media, cuyo fundamento es la belleza que desprende una experiencia estética, entonces, habrá que atar el nudo de la emancipación aún más. La belleza puede ser fundamental, pero no conduce a la emancipación, y que nos perdone Schiller. La radicalidad del arte emancipacionista tiende antes que a cualquier tipo de trasformación social explícita, a colorear el mundo con superficies bellas, ya que poca política suelen ocultar en sus agendas. Si durante la modernidad la función crítica se ocupaba de vigilar el uso de los medios para la obtención de un fin, hoy, parece que cuando mucho siembra una sospecha. Y para tal experiencia ya no es necesario la guía reflexiva de un adulto.


Como vemos el tema suele tener muchos puntos encontrados. Mientras unos apuestan por la vigencia de la modernidad emancipacionista y la función crítica del arte, otros creen más bien que hemos entrado en otra época de la experiencia artística. No obstante, si salimos del campo de la teoría estética y del arte, también nos encontramos con especulaciones más que oportunas para esta cuestión. Debido a algunos estudios biológicos (neotenia) [9] sabemos que en tanto especie, la constitución fisiológica del hombre no le permite alcanzar jamás la racionalidad transparente con la que la ilustración soñó. A grandes rasgos esto se debe a la naturaleza incompleta el sistema nervioso central del individuo humano en el momento del nacimiento, de ahí que la humanidad esté condenada a una emancipación perpetua. Es decir, los humanos están en cierto sentido en estado de emancipación desde el principio. Hoy sabemos que la frustración que propicia la imposibilidad de su concreción viene siendo el estímulo que hace de la idea una proyección de posibilidad. Si la promesa de emancipación es un rasgo constitutivo de la racionalidad y sensibilidad humana, estamos instalados en ella, viciosamente. Estamos condicionados al sueño y a la frustración. Se trata de una determinación natural que nos sugestiona a anticiparnos a un estadio adulto que nuestra propia naturaleza no admite. [10]  Si aceptamos esta teoría como verdadera, la pregunta ¿es posible la emancipación desde el ámbito artístico? se presenta como un software. Desde esta perspectiva, la posición más sugerente sería eludir la lógica de la emancipación. ¿Pero cómo dejar de ser humanos? Mientras tanto quizás lo más recomendable sea seguir jugando a la casita de muñecas.


* Artículo publicado previamente en el periódico bimensual ¿Es posible la emancipación desde el ámbito artístico?, Museo de Arte Moderno, Ciudad de México, 2009.


1 Bourriaud. Nicolas. Estética relacional. Trad. Cecilia Beceyro y Sergio Delgado. Adriana Hidalgo Editora. Buenos Aires: 2006. p. 73

2 Ibid., p. 55.

3 De Duve, Thierry. Arqueología de la modernidad práctica. “La función crítica del arte y el proyecto de emancipación”. Trad. Esteban Pujals.  p.1 http://www.revista-acto.net/

4 Según el traductor, minoría de edad también significa no emancipación. Kant. Immanuel. La respuesta a la pregunta: ¿qué es ilustración?  Trad. Agapito Maestre y José Romagosa. Tercer milenio. Tecnos. Madrid: 2007. p. 17

5 Schiller. Friedrich. Kallias. Cartas sobre la educación estética del hombre. Trad. Jaime Feijó y Jorge Seca. Antropos. Barcelona: 2005.

6 De Duve, Thierry. op. cit., p. 6

7 Ibid., p. 8

8 Michaud, Yves. El arte en estado gaseoso. Trad. Laurence le Bouhellec Guyomar. Fondo de Cultura Económica. México: 2007. p. 18

9 Fenómeno biológico por el cual algunos seres vivos conservan caracteres larvarios o juveniles después de haber alcanzado el estado adulto.

10 de Duve, Thierry. Op. cit., p. 5



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