LA BIENNALE DE VENECIA 2011

 

Jèssica Jaques y Gerard Vilar



Hay muertos que están muy vivos porque a nadie le interesa en realidad su defunción ni su entierro, así que siguen existiendo y dando guerra, como el Cid Campeador, porque hay demasiados intereses de por medio. Creo que eso es lo que le pasa a la Biennale veneciana. Las voces que la han descalificado desde hace años como un evento obsoleto, periclitado y desfasado forman un amplio coro en todo el orbe, y con muy buenas razones, sin duda. Sin embargo, cada dos años los días de la preview los hoteles doblan sus precios y un alud de vips, críticos, directores de centros, curadores y toda suerte de especies menores de la fauna del mundo del arte se dejan en la ciudad una buena millonada, además de la que dejan a lo largo de seis meses un importante número de turistas. Naturalmente, todos los venecianos, encabezados por su alcalde, defienden la Bienal, aunque la inmensa mayoría de ellos no la han visitado nunca. Los gobiernos nacionales están también encantados de poder presentar a sus artistas en este foro, y a ninguno se le ocurriría renunciar a su presencia y ceder el pabellón a un tercero. Y los que son más críticos con ella serían extraordinariamente felices si se produjera el milagro de que les encargaran la siguiente Bienal. De hecho, los únicos que podrían estar interesados de verdad en el deceso real de la Biennale son las otras Bienales candidatas a recoger la cuota de mercado y los beneficios. Así que tenemos Bienal por muchos años.

    Visitamos la 54ª Bienal de Venecia justo cuando los vips han cumplido sus rituales, en días lluviosos y con la ciudad abarrotada de turistas como de costumbre. Por suerte, apenas ninguno de ellos se deja caer por los Giardini o el Arsenal, salvo en alguno de los centros expositivos habilitados por toda la ciudad para las actividades paralelas o los países que no tienen la fortuna de tener un pabellón nacional en la zona histórica. Por resumirlo en una mera impresión, sin duda es la Bienal más mediocre que hemos visto, con todas sus excepciones, claro es. Como el cachalote varado en el Arsenal (The Geppetto Experience de Loris Gréaud), tal vez no va a ninguna parte y quizás no le espere más que una larga agonía y la descomposición como espectáculo. La selección de 82 artistas que la conocida curadora suiza Bice Curiger propone bajo el ‘brillante’ título de ILLUMInazioni incluye algunos clásicos incuestionables, los mejores de todos, y de toda la Bienal, sin discusión, los tres Tintorettos del pabellón central, fantásticas piezas provenientes de la Accademia como La creación de los animales y El traslado del cuerpo de San Marcos, o La última cena de la basílica San Giorgio Maggiore, obras maestras de un genio universal, dicho sea en con toda la convicción, algo que en el contexto se ve con la mayor claridad.
También encontramos trabajos de notable artistas contemporáneos bien conocidos como Sigmar Polke, Cindy Sherman, David Goldblatt, Maurizzio Cattelan o James Turrell, pero su presencia se debe a obras bastante previsibles. Que lo mejor de una larga selección sean Tintorettos es una verdad que debería hacernos pensar muy en serio. Por supuesto, también hay obras notables: The Clock de Christian Marclay, un film de 24 horas que repasa la relación de los últimos cien años de la historia del cine con el tiempo y con el tiempo real. Una fascinante alegoría sobre la sociedad actual y la temporalidad como pocas hemos visto.
Por lo que se refiere a los pabellones nacionales, descata el de Alemania dedicado a la obra The Church of Fear del malogrado Christoph Schlingensief, y que recibió el León de Oro de la Biennale.
Aunque el pabellón, comisariado por su viuda, quizás no merecía la distinción, Schlingensif fue un auténtico pirado genial con una vasta obra en el cine, la performance, el teatro, la ópera y la vida propia pendiente de un estudio serio. El pabellón de Francia presentaba un Boltanski más bien aburrido. Todo lo contrario que el de Gran Bretaña con I, Impostor una potente instalación de Mike Nelson que recrea una obra ya presentada en la Bienal de Estambul de 2003, pero reconstruida, repensada y reimaginada para otro tiempo y lugar. La obra presentada está formada por una laberíntica cadena de habitaciones y espacios, escaleras y pasadizos, cúpulas y arcadas en las que se transforma un viejo caravasar del siglo XVII reutilizado por artesanos, con un efecto que evoca un barrio lumpen de Estambul oculto dentro de una clásica villa como es el pabellón británico. Incluso Japón presentaba la estetizante instalación multimedia de Tabaimo una obra que reflexiona sobre el “síndrome de las Galápagos” que padecen los japoneses. Todas estas, y algunas otras, son obras destacables por razones diversas, aunque el más notable es el pabellón suizo con una obra imponente de Thomas Hirschhorn, que seguramente, de haberse excluido los homenajes póstumos como criterio, se merecía el León de Oro.
En el otro extremo cabría situar el pabellón de los EEUU, con obra Gloria de los portorriqueños Allora & Calzadilla, que oscila entre la banalidad y lo ofensivo. El tanque reconvertido en una máquina de deporte, con su ruidosidad invasiva de los Giardini cada quince minutos merece cuando menos la indignación por trivializar las barbaridades cometidas por los norteamericanos en la última década.

Qué decir de los nuestros. De la obra pretenciosa y aburrida Lo inadecuado de Dora García en el pabellón español lo ha dicho todo muy bien dicho Fernando Castro Flores en su artículo de SalonKritik. Por lo demás, la conocida Ascensión de Anish Kapoor en la basílica de San Giorgio es una fantástica experiencia, aunque no siempre funciona. El pabellón catalano-balear, con 180º de Mabel Palacín, es agua una reflexión sobre la imagen para un público muy formado que seguramente hubiera requerido una mayor maduración. Si se va unos metros más allá, a la Punta de la Dogana, para ver las últimas adquisiciones de monsieur François Pinault de obras de 2010 y 2011, bajo el título In Praise of Doubt. Aunque no se sabe a cuento de qué viene el título, pues el Mr. Pinault y su fundación no tienen la menor duda de en qué nombres hay que invertir la muchísima pasta de la que dispone. Finalmente, y por primera vez, los andorranos también presentaban  la iglesia de San Samuele, con Helena Guàrdia y Francisco Sánchez bajo el rótulo Més enllà de la visió. Otra reflexión con pretensiones que desde el punto de vista formal puede tener algún interés, pero en conjunto resulta un pensamiento insuficiente.

    Terminamos volviendo sobre Cristal of Resistence, la obra de Thomas Hirschhorn presentada por Suiza. Es un tópico sostener que quizás hoy no tenemos Tintorettos
porque la clase de arte que éste hacía es de una suerte completamente distinta de la que hacen la mayoría de artistas hoy, y que, por consiguiente, los criterios de evaluación de distintas clases de arte resultan difícilmente conmensurables. En cualquier caso, la excelencia de la obra de Hirschhorn es ampliamente reconocida a fecha de hoy. Es una obra paradigmática en tanto que la substancialidad y la fuerza del discurso es equivalente a la de la instalación visible y su fuerza reflexionante, una conjunción ésta no muy frecuente.
El statement del artista que uno recibe al entrar es una pieza memorable de literatura de artista. Y la vasta y laberíntica gruta de materiales precarios que metaforiza la sociedad contemporánea se impone con una fuerza infrecuente. A ello hay que agregarle la web http://crystalofresistance.com que estará en funcionamiento hasta que se cierre el pabellón en noviembre y que propiamente no es ni una obra de arte ni parte de la obra presentada. La idea de pensar resistencia y precariedad conjuntamente convierten a esta obra en un trabajo artístico de referencia en el presente. Como tal se merece un análisis a parte que esperamos poder ofrecer próximamente.