Anything is art if an artist says it is

Juan Carlos Rueda



 



I enjoyed looking at it, just as I enjoy

looking at the flame dancing in a fireplace

Marcel Duchamp


    

No se puede negar que tener un libro entre las manos es una experiencia exquisita, y tanto más, cuando aquel libro que uno sostiene, pesa y detalla, ha sido editado con el especial cuidado del editor que quiere su trabajo. Gracias a uno de estos forjadores de las letras, que en su cubículo empresarial exudó cual Hefesto ante su fragua, tengo entre mis manos el libro de Arthur C. Danto Después del fin del arte. Confieso no haberlo leído en su totalidad, así que, si llegase a errar respecto alguno de los conceptos expuestos en él, sepa el lector ser indulgente. Antes de leer un libro, todo lector realiza algún tipo de ritual fetichista: leer directamente el final para en caso de muerte súbita, no dejar al alma tareas pendientes; acercarse el libro a la cara y aspirar profundamente entre sus hojas intentando rastrear el tipo de papel y la procedencia de la celulosa; incluso hay algunos que no comienzan un libro sin antes haberse asegurado que la suma total de los dígitos del ISBN no es 666. Yo prefiero empezar los libros por el principio, disfruto mucho el papel kraftliner producido en las selvas brasileras o el ecológico papel libre de ácido finlandés y definitivamente, nunca hago operaciones matemáticas con ninguna de las cifras del libro. Sin embargo, el ritual que nunca paso por alto, cuando las características del libro lo permiten, es antes que nada, revisar una a una las ilustraciones que el autor incluye. 

     

      Sin haber leído el libro de Danto, o siquiera su introducción o su final, me topé con una no muy bien reproducida fotografía en blanco y negro, de la que yo creí era una obra del americano cultivador del Pop-Art, Andy Warhol. Mucho me sorprendí cuando leyendo el epígrafe que acompañaba la foto, descubrí que no era de él: “Not Andy Warhol (Brillo Box) de Mike Bidlo. Cedida por el artista y Bruno Bischofberger”, creyendo que un trompe d’œil había logrado engañarme, y que había hecho una rápida y equivocada atribución, miré con más detalle la caja en la foto intentando reparar en sus detalles, intentando elucubrar el misterio, miré, pensé, repasé y repasé y llegué a la brillante conclusión de que era exactamente la misma caja de Brillo, así pues, concluí, que todo no debía ser más que un error del idiota que editó el libro. Días después, no contento con esa respuesta, me leí la introducción de Después del fin del arte y oh sorpresa, efectivamente es la misma caja, exacta en todos sus detalles, excepto que ésta última fue producida, unos años después, por un gringo diferente, ¡wow!. 

  



      Muy interesado en la obra de este “apropiacionista” que logró engañarme, intenté ilustrarme un poco acerca de su obra pero descubrí que las bibliotecas, o no lo tienen en gran estima, o han sido muy descuidadas en sus adquisiciones recientes. Un poco desilusionado y actuando irracionalmente, aún peor que el pobre Ión puesto que yo me encontraba, no en el tercero sino en el quinto eslabón de la cadena, acudí a Google: –Todo lo que sé de Mike Bidlo, que no es mucho, lo sé gracias a Google–. ¡Oh!, cómo me gustaría haberle visto la cara a Platón, desde allí agarrado, colgando como un loco de la imagen de la caja de Brillo que bajé de Google, que es una foto de la caja de Bidlo, quien se apropió de la caja de Warhol, quien hizo la suya como copia del producto de consumo masivo de una corporación de limpieza, quienes hicieron la suya basándose en la idea de la caja original, ¡brillante!, ¡celestial!. Si pudiera ver a Platón, sin lugar a dudas lo vería muy decepcionado de los tiempos que corren, cada vez más irracionales, cada vez más una apariencia de la apariencia de la apariencia. En todo caso, dentro de lo poco que logré averiguar de Bidlo es que no sólo se ha “apropiado” de las obras de Warhol sino que tiene todo un prontuario de artistas y obras “apropiadas”. Dentro de tanto no Matisse,  no Picasso, no De Chirico, no Pollock hubo una obra que me llamó mucho la atención: Not Duchamp (Bicycle Wheel, 1913), creada en 1986 por Bidlo. Es, aunque tal vez no haga falta decirlo, una “apropiación” de  la obra expuesta en el MoMA: Bicycle Wheel. New York 1951 (third version, after lost original of 1913) de Marcel Duchamp… ¿tercera versión?, inmediatamente me descolgué tres eslabones más.

     

      Michael Kimmelman, el crítico de arte del New York Times, hace una afirmación provocativa: “Las pinturas clásicas cuentan sus historias sobre la tela, mientras que en el arte moderno esas historias existen afuera del cuadro. Es cómo y por qué el pintor hizo lo que hizo, lo que vende la obra”  (Gainza, 22-23), definitivamente, que obras como la Bidlo existan, se comercialicen y proliferen, debe obedecer al fenómeno que Kimmelman menciona. No quiero ser excesivamente duro con el pobre Mike, quien probablemente se quiebre el tuétano cada vez que piensa a quien va a robar, perdón, que obra se va a “apropiar”, pero me parece que el público se ha vuelto excesivamente indulgente con el arte de hoy, y en especial con este tipo de arte, o tal vez el público nunca haya sido un filtro efectivo y estemos pidiendo mucho de él, en tal caso la crítica especializada y los curadores son quienes están fallando. Vuelvo a la famosa frase de Duchamp con la que intitulo mi ensayo y la encuentro simplona, triste y formidablemente ingenua, seguramente si pudiera corregir sus palabras hoy diría: anything is art if the market says it is. Sobre esta obra, la de Mike, tengo que decir que no me parece novedosa en ningún sentido de la palabra, es más, ni siquiera la encuentro provocadora, de hecho pienso que se aleja de cualquier propuesta o pretensión artística para refugiarse en lo comercial y en argumentos ya muy transitados.        

     

      Independientemente de lo que Mike crea saber, o de su postura frente a la independencia del arte, o sobre su crítica a la cultura basada en lo material o sobre sus cuestionamientos hacia la originalidad, al final, las suyas son malas obras, y sus argumentos ya se expusieron con anterioridad, justamente por los artistas de quienes se “apropia”. Lo que tenemos aquí son claramente artículos con un alto valor comercial, cuya propuesta no suma absolutamente nada al arte, su gracia, si es que la tiene, es el estar dentro de alguna galería de arte como un bien económico. Si Mike Bidlo es artista en alguna acepción del término, lo es como artista del marketing, de la publicidad y de los negocios. Y en lo que nos corresponde al resto de los cristianos, nos hemos estado dejando meter los dedos en la boca y tal vez sea porque “La precepción básica del espíritu contemporáneo se formó sobre el principio de un museo en donde todo arte tiene su propio lugar, donde no hay ningún criterio a priori acerca de cómo el arte deba verse, y donde no hay un relato al que los contenidos del museo se deban ajustar. (Danto, 28) pero me parece que no nos sobraría preguntarnos de vez en cuando ¿hasta cuándo?, ¿hasta dónde?.

     

      El trabajo de Mike Bidlo me recuerda al de aquel personaje que Borges tan irónicamente sitúa en la ardua tarea de componer el Quijote, Pierre Menard: “No quería componer otro Quijote –lo cual es fácil- sino el Quijote… El método inicial que imaginó era relativamente sencillo. Conocer bien el español, recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes.” (Borges, 52), Mike ha de ser muy riguroso en sus obras, a veces, imagino yo, cuando está “apropiándose” de la obra de un famoso compañero suyo -porque eso sí, si no es de un Gran Artista no es buena la “apropiación”-, cuando está inclinado en su arte debe sentir que su imaginación se lo lleva a dar una vuelta, tal vez inclusive a contemplar todas las posibilidades que él como artista podría tener, si otro hubiera sido su camino, se lo lleva la imaginación y entusiasmado, tal vez temeroso, debe intentar alguna variante de tipo formal, algún trazo original, pero inmediatamente después, ¿avergonzado de sí mismo por tal ligereza?, borra ese atisbo de originalidad y tabula rasa, sacrifica su genio en pos de la “apropiación”, del “original”. ¡Qué riguroso!, ¡qué modesto¡, ¡cuánta admiración debemos sentir por su entereza!. 


      Bueno, entrando profundamente en materia, ¿qué se puede decir de una obra de Duchamp que no es de Duchamp?. No mucho, tal vez de la original, no la que se quedó en Paris y luego desapareció, ni de la segunda que también se perdió, sino de la tercera, tal vez de la tercera, la de 1951, haya mucho que decir, pero de la cuarta rueda de bicicleta sobre una butaca, que además no es hecha por Duchamp, no hay mucho que decir, excepto que, ¿y tal vez esa sea su gran virtud?, es mucho más ambigua: “El estilo arcaizante de Menard –extranjero al fin- adolece de alguna afectación. No así el del precursor, que maneja con desenfado el español corriente de su época.” (Borges, 57) como dice Borges de Pierre Menard, tal vez Mike Bildo ha enriquecido, sin quererlo, mediante una técnica nueva, el arte rudimentario y detenido de la lectura: la técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas.  


      Creo que nunca más voy a volver a ver una obra de Warhol, o de Picasso, o de Matisse o de De Chirico, o de Pollock sin ver en ella el estilo y los trazos del buen Mike. Paradoja de la apropiación: la copia “apropiación” que Bidlo hace de Duchamp, se convierte en un original, aún más original que la obra del propio Duchamp que es la tercera reproducción de la obra originalísima; la obra del pasado se convierte en obra de hoy. I enjoyed looking at it, just as I enjoy looking at the flame dancing in a fireplace dijo Duchamp de su obra, Bicycle Wheel de 1951, hoy Mike Bidlo probablemente repita de su Not Duchamp (Bicycle Wheel, 1913), creada en 1986: I enjoyed looking at it, just as I enjoy counting my money and taking bubble baths in my hot tub. 

     

    


Bibliografía:


- Gainza, María. “Mi niña puede pintar eso”, en Revista Arcadia No. 34 Bogotá, Julio 2008.


- Danto, Arthur C., Después del fin del arte, El arte contemporáneo y el linde de la historia,

      Paidos, Barcelona 1999.


  1. -Borges, Jorge Luis, Ficciones, Alianza Editorial, Madrid 1987.




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