Manet, Margaux, Sheila

y los demás

 

Gerard Vilar


Una fotografía de Lee Towndrow realizada en 2010. En ella vemos de izquierda a derecha a Sheila Heti, a Ryan Kamstra, a Sholem Krishtalka  y finalmente a Margaux Williamson. ¿Pero quiénes son estas personas que juegan a la recreación de una de las grandes obras pictóricas del siglo XIX? ¿Son amantes entusiastas de Manet, aunque algo pudorosos, puesto que la joven que nos mira no está desnuda como en Le déjuner sur l’herbe original? ¿Son  un grupo de políticamente correctos al no objetificar a la joven cubriéndola con un bañador de una pieza y cambiando el sexo de la joven del fondo y el caballero de la derecha por un muchacho barbudo y una joven con un cierto aire masculino acodada sobre un extraño objeto? ¿Son meramente unos bromistas que ironizan sobre las obras maestras de la historia del arte con objeto de subvertir las narrativas heredadas? ¿O un grupito de meros jóvenes narcisistas de sociedades ricas prolongando juguetonamente su adolescencia?





Por supuesto, no son los primeros en recrear la escena representada en la obra de Manet, que a su vez ya era una recreación de obras del pasado. Una pequeña búsqueda en internet arroja un resultado perfectamente predecible hoy en día: un número exponencialmente creciente de postproducciones, reciclaje, versiones, variaciones y reinvenciones de este cuadro icónico, en el que las auténticas intenciones artísticas hay que rebuscarlas entre una montaña de basura digital. En cualquier caso, en fotografía no se encuentran demasiadas versiones, aunque hay que destacar la conocida fotografía que lee Miller hizo de sus amigos intelectuales en 1937, durante un picnic en Ile St-Marguerite. En esta escena pastoral vemos al poeta surrealista Paul Élouard con su esposa Nusch, al marido de Miller, el coleccionista, artista, poeta e historiador Roland Penrose,  y al artista Man Ray con su novia, musa y modelo, Ady Fidelin.




Sheila Heti y sus amigos también son escritores y artistas, todos ellos treintañeros que tienen en común el hecho de encontrase en una etapa de consolidación como creadores. Creadores canadienses radicados en Toronto y que comparten la pasión por el arte, la música, la literatura, el cine y el teatro.  Sheila Heti, que es al tiempo el centro de esta recreación artística y de la imagen pública de estos jóvenes, es quien más cerca está del triunfo en su carrera. Ello lo debe a su segunda novela: How Should a Person Be? A Novel from Life. Aparecida en Canadá en 2010, el año pasado en EEUU y UK, y que acaba de aparecer en una buena traducción en Alpha Decay con el título ¿Cómo debería ser una persona? Una novela desde la vida. La acogida de esta novela ha sido en general muy favorable y poco a poco se la está tomando como referencia para entender la generación a la que representa, particularmente a su mitad femenina. Se ha dicho que es el libro que leerían las protagonistas de la serie Girls, y las comparaciones con Lena Dunham se han convertido en un tópico irresistible.  El título de su novela apunta a una doble preocupación moral (por los principios generales) y ética (por los principios particulares de la vida de artista) que convierte la sucesión de experiencias y reflexiones de los personajes en una suerte de Bildungsroman contemporáneo, a pesar de no alcanzar ninguna conclusión, ya que la pregunta que da el título a la novela no tiene una clara respuesta. Los personajes de la novela son los mismos que en la vida real. Sheila Heti es de esos escritores que están cansados de inventar mundos con sus personajes ficticios y sus situaciones imaginarias, y que, como alternativa, han decidido convertir su propia vida en literatura. Su novela está repleta de supuestas situaciones, conversaciones o correos electrónicos reales de esos personajes reales. Nada nuevo bajo el sol. El subtítulo de la novela es una perogrullada: ¿si no de la vida, de dónde habría de salir una novela? Los escritores siempre han utilizado sus propias experiencias como material para la creación literaria, y después de la novela de Proust poco se puede inventar. Lo que sorprende es lo descarnado de la metódica evidenciada para desdibujar los límites entre la ficción y la autobiografía. Lo que demuestra que siempre es posible dar otra vuelta de tuerca a aquellas que creíamos que habían agotado su recorrido.

La crítica ha ya ha hecho su juicio mayoritariamente favorable: la novela de Heti se halla en una constelación favorable y sólo los puristas del lenguaje y las viejas feministas la han condenado.  Yo confieso haberla leído de un tirón. Y sí: en parte por la curiosidad por entender mejor a una generación que podría ser la de mis hijos; y también por esas afirmaciones para el consumo sobre la felación como obra de arte y demás. Pero a mí me queda el interrogante –y la fascinación, claro es– por esa imagen campestre de los personajes, que es el contrapunto de la novela. Una y otra son ficción, pero una y otra son la recreación artística y literaria de retazos de la vida, al igual que lo fue el cuadro de Manet, en el que los expertos han reconocido al hermano, al futuro cuñado, a su mujer y a la modelo preferida del pintor. Es la vida transfigurada, pero sigue siendo la vida, aunque conectada a la obra con los precarios hilos del arte contemporáneo. Manet suple aquí las narrativas de sentido que legitimaban en el pasado al arte. Las vidas de Sheila, Margaux y compañía son interpretadas a la luz de la precariedad de una modernidad que se sobrevive a sí misma tras su acabamiento. Walter Benjamin llamó imágenes dialécticas a aquellas en las que la compleja dialéctica histórica se detiene por un momento para revelarnos como en una revelación profana la verdad precaria de un momento histórico, como ocurre con el ángel de la historia de Paul Klee. La fotografía de Sheila y sus amigos también es una imagen dialéctica en la que la verdad de este momento histórico se nos puede revelar si la sabemos ver, como al observar una constelación en el firmamento, con la condición de que siempre hay que buscarla y tener alguna idea de aquello que debemos ver.

La recreación de Le déjuner sur l’herbe de Sheila y sus amigos no es una fotografía de aficionado. Lee Towndrow es un gran profesional que trabaja para grandes revistas y agencias, con numerosos premios profesionales en su haber. La calidad de la misma se puede observar en todos los detalles, aunque solo quiero apuntar uno: la naturaleza muerta que se encuentra en el suelo a la izquierda, en primer plano ante el anca de Sheila.


Ese bodegón que Édouard Manet introdujo en su obra queda profundamente transformado en la recreación de Sheila Heti y sus colegas. El cesto con melocotones y cerezas desparramadas sobre hojas de parra se ha convertido en una coliflor y unas bolsas de plástico de supermercado  llenas de uva y melocotones. La rana ha desaparecido, al igual que el panecillo. La botella de cristal se ha convertido en un termo y no hay rastro del sombrero y del vestido sobre el que se extendían los elementos del bodegón. Pero no se quieran buscar síntomas freudianos ni símbolos arcanos en la composición.
Como en la novela de Sheila, lo que se cuenta es lo que se cuenta. No hay  trascendencia alguna. Lo que se ve es lo que se ve. Imagen y novela no se podrían entender sin sus referentes modernos, por supuesto. Pero las de Sheila carecen de la fuerza propia que tenían los clásicos de los que se alimenta. Banalidad, trivialidad, superficialidad, frivolidad, narcisismo, adolescencia retardada, holgazanería y otros son los epítetos que a merecido por parte de la minoría más crítica a la recepción de su novela. Pero estos críticos que le piden que crezca de una vez, olvidan que la bolsa de supermercado y la coliflor son la verdad de este tiempo, como estos afortunados amigos del primer mundo que tienen el privilegio de poder pasarse el tiempo de sus vidas en el juego de cómo debería ser una persona.